La historia de Melchor Rodríguez, el anarquista que detuvo la represión en el Madrid republicano
El Ángel Rojo cuenta la historia de Melchor Rodríguez García, sevillano de nacimiento. De origen humilde,a los trece años, acuciada su familia por la pobreza extrema, tuvo que trabajar de calderero en Sevilla. Después inició su carrera taurina, toreando por numerosas plazas en Viso, Salamanca y Sevilla. En Madrid trabajó como chapista y entró en el sindicato anarquista CNT. Allí comenzó su lucha a favor de los derechos de los reclusos, incluso de aquellos de ideología contraria a la suya. Fue delegado especial de prisiones de la Segunda República española durante la Guerra civil. Melchor Rodríguez fue un anarquista que prefería “morir por las ideas, nunca matar por ellas” y que demostró gran humanidad en la guerra civil española salvando la vida de numerosos enemigos –entre ellos, directa o indirectamente, Agustín Muñoz Grandes, Martín Artajo, y Valentín Gallarza, Serrano Súñer, el doctor Mariano Gómez Ulla, los cuatro hermanos Luca de Tena, el futbolista Ricardo Zamora, el locutor Bobby Deglané y los falangistas Rafael Sánchez Mazas o Raimundo Fernández-Cuesta, entre otros-, de los que muchos darían después la cara por él. Mientras en el lado franquista se exacerbaba la represión, Melchor lograba imponer el orden en la retaguardia republicana, parando las sacas (traslados de presos para ser fusilados) de las cárceles, los paseos y fusilamientos como los de Paracuellos. Una de las primeras medidas tomadas por Melchor Rodríguez como delegado de prisiones fue la implantación de una norma según la cual quedaba prohibida sin su autorización personal la salida de presos de las cárceles entre las 7 de la tarde y las 7 de la mañana. Esta orden supuso en buena medida el fin de los paseos nocturnos de prisioneros. La expresión ”Ley de fugas” era un eufemismo de la época para denominar a los numerosos asesinatos de reclusos que habían sido puestos en libertad poco tiempo antes, lo que solía suceder durante las horas de la noche. También consiguió impedir personalmente vejaciones o ejecuciones arbitrarias de reclusos, que habían sido práctica común hasta su llegada al cargo. Así salvó in extremis la vida de muchas personas.
Nombrado después concejal del Ayuntamiento de Madrid por la FAI, y alcalde durante los últimos días de la guerra, le cupo la triste tarea de hacer entrega de la ciudad a las tropas vencedoras el 28 de marzo de 1939. Fue sometido a dos consejos de guerra que pedían para él la pena de muerte y finalmente condenado, tras un juicio amañado, con testigos falsos, a una pena de veinte años de los que cumplió cinco. Muñoz Grandes (comandante de la División azul) dio la cara por él y presentó miles de firmas de personas que el anarquista había salvado.
Este ex novillero y poeta popular, hombre polémico incluso entre sus propias filas, hasta el final de sus días siguió siendo libertario, militante de la CNT, prohibida. Esto le costó la cárcel numerosas veces. En total, Melchor estuvo más de una treintena de veces en la cárcel con la monarquía, la Segunda República y el franquismo. Su entierro, en febrero de 1972, consiguió reunir a personalidades de las dos Españas: anarquistas y miembros del régimen.
Salvó a miles de personas de la represión, entre ellos a destacados miembros del posterior régimen franquista, logró sobrevivir a la posguerra y a su entierro acudieron gentes de los dos bandos y se pudo entonar "A las barricadas".
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